2/7/07

X. Tema - La ley moral y la libertad

1. La libertad, don de Dios.
2. La ley natural.
3. Otras leyes.
4. Aplicaciones prácticas.

1. La libertad, don de Dios.
“Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de iniciativa y del dominio de sus actos” (1730).
1730 Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. "Quiso Dios `dejar al hombre en manos de su propia decisión' (Si 15,14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz perfección" (GS 17):

El hombre es racional, y por ello semejante a Dios, creado libre y dueño de sus actos (S. Ireneo, haer. 4,4,3).

El hombre es libre por naturaleza. Por tener ese dominio, tiene la responsabilidad sobre su vida: “la libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios” (1734).
1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.

Ahora bien, el que pueda elegir su conducta, hacer esto o aquello, no significa que dé igual hacer esto o aquello: indeterminación no significa indiferencia. El hombre, con sus actos, está llamado a perfeccionarse a sí mismo. Y el hombre no se ha dado el ser a sí mismo –es un don de Dios-: sus características fundamentales –su naturaleza- son algo recibido, y por tanto lo que les conviene o no, en sus rasgos fundamentales, es algo que le viene dado, y que corresponde descubrir con la razón. En una palabra, el hombre no es Dios, y no tiene por tanto una completa autonomía sobre sí mismo (1740):
1740 Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer todo. Es falso concebir al hombre "sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (CDF, instr. "Libertatis Conscientia" 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con mucha frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Apartándose de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad de sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.

es una criatura, y como tal tiene que reconocerse y aceptar sus consecuencias (1739).
1739 Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios se engañó a sí mismo; se hizo esclavo del pecado. Esta alienación primera engendró una multitud de otras alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, testimonia desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.

Por tanto, la libertad permite que podamos hacer el mal, pero tiene sentido sólo cuando se dirige a obrar el bien. Además, la libertad misma se refuerza en la práctica del bien –perfecciona al hombre, le hace más libre- (1733),
1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay libertad verdadera más que en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a "la esclavitud del pecado" (cf Rom 6,17).

y se deteriora cuando se obra mal, pues genera vicios que hacen a la voluntad esclava de las pasiones.

2. La ley natural.
Se suele entender por “ley” una ordenación racional que regula la actuación. En el mundo material, la actividad es irracional, y sus leyes —las llamadas “leyes físicas” (o biológicas), como la de la gravedad—,se cumplen inexorablemente por el orden establecido por el Creador. En cambio, en la conducta específicamente humana, por ser racional y libre, la ley prescribe una actuación que debe ser racional y libre: es la “ley moral”. No se opone a la libertad, sino que la supone. Pero a la vez manifiesta que el hombre no tiene una autonomía absoluta: tiene una libertad limitada, porque tiene un ser limitado.

La ley moral supone el orden racional establecido por Dios, tiene por objeto el bien del hombre con miras a su fin (cfr. 1951).
1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. "Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley" (León XIII, enc. "Libertas praestantissimum" citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90,1):

El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo (Tertuliano, Marc. 2,4).


Así, “la ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo” (1951).
1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. "Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley" (León XIII, enc. "Libertas praestantissimum" citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90,1):

El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo (Tertuliano, Marc. 2,4).


Le dirige al bien, señalando qué debe hacer para conseguir el bien propio y el común. Por ser racional, busca ser entendida; sólo a quien no tiene la disposición de hacer el bien, le mueve con la amenaza de un castigo en caso de incumplimiento.

La ley natural es la que señala los imperativos fundamentales derivados de la condición humana: o sea, de la naturaleza humana. “Expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (1954).
1954 El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira:

La ley natural está escrito y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohibe pecar...Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos (León XIII, enc. "Libertas praestantissimum").


“Se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana” (1955).
1955 La ley "divina y natural" (GS 89,1), muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo como igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana:

¿Dónde, pues, están inscritas estas normas sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo (S. Agustín, Trin. 14,15,21).

La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación (S. Tomás de Aquino, dec. praec. 1)


Aunque su autor sea Dios, no puede verse como una imposición “desde fuera”: es su autor por ser el Creador del hombre, y éste descubre en sí mismo las exigencias morales fundamentales. Así, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón “expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y deberes fundamentales” (1956).
1956 La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales:

Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón. Es conforme a la naturaleza, extendida a todos los hombres; es inmutable y eterna; sus órdenes imponen deber; sus prohibiciones apartan de la falta...Es un sacrilegio sustituirla por una ley contraria; Está prohibido dejar de aplicar una sola de sus disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie tiene la posibilidad de ello (Cicerón, rep. 3, 22,33).


Por referirse al hombre en cuanto tal, la ley natural “es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres” (1956).
1956 La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales:

Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón. Es conforme a la naturaleza, extendida a todos los hombres; es inmutable y eterna; sus órdenes imponen deber; sus prohibiciones apartan de la falta...Es un sacrilegio sustituirla por una ley contraria; Está prohibido dejar de aplicar una sola de sus disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie tiene la posibilidad de ello (Cicerón, rep. 3, 22,33).


Por la misma razón, “la ley natural es inmutable y permanece a través de las variaciones de la historia.

3. Otras leyes.
En primer lugar, están las leyes reveladas por Dios en el Antiguo Testamento. Se centran en el Decálogo –los Diez Mandamientos-, que son un resumen de los principales preceptos de la ley natural.

Con Jesucristo llegó la nueva ley evangélica o ley de la gracia, pues es la que corresponde a la elevación del hombre a la condición de hijo de Dios por la gracia. Al igual que la gracia no altera la naturaleza, la nueva ley no abroga la ley natural: “la Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley” (1968).
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5,44).

Pero, como la gracia eleva la naturaleza, la nueva ley eleva la ley natural, al pedir que sea vivida en la caridad sobrenatural: amando como Cristo nos amó y nos ama (1970 y 1972).
1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7,21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12; cf Lc 6,31).

Toda la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado (cf Jn 15,12).

1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1,25; 2,12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo "que ignora lo que hace su señor", a la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15), o también a la condición de hijo heredero (cf Gál 4,1-7. 21-31; Rm 8,15).


Su expresión más característica es el Sermón de la montaña evangélico (1968).
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5,44).

Hay también leyes humanas, derivadas de la autonomía de que goza el hombre para organizar su vida y la necesidad de la vida en sociedad. Sólo son justas si responden a la dignidad humana –si no son contrarias a la ley natural- y favorecen el bien común. En ese caso, se deben obedecer como exigencia moral (1899).
1899 La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios: "Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación" (Rm 13,1-2; cf 1 P 2,13-17).

Pero si no es así –si son injustas- no existe esa obligación (1903):
1903 La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo considerado y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. "En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa" (PT 51).

en realidad, una ley injusta no merece el título de “ley”.

El cristiano debe ser consciente de que, por tener la Iglesia una dimensión de sociedad visible, necesariamente debe emanar unas normas –son las leyes eclesiásticas- que demandan obediencia en conciencia.

4. Aplicaciones prácticas.

- El sentido de la libertad nos debe hacer considerar que Dios respeta la libertad humana y ofrece su amistad, no la impone. La respuesta digna sólo puede ser la entrega libre: “Nunca te habías sentido más libre que ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendimiento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios” (Surco, 787).
787. Nunca te habías sentido más absolutamente libre que ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendimiento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios.

- La razón y la libertad son bienes preciosos que hay que cuidar, manteniendo a raya las apetencias que pretenden imponerse y gobernar nuestra vida: “Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo” (Camino, 214).
214. Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo.

Por eso se hace necesario mortificar el cuerpo y la comodidad: “minuto heroico”, caprichos, posturas, etc., etc.

- La dignidad y necesidad de la ley hace digna y necesaria la obediencia: no sólo a la Ley de Dios, sino también a toda autoridad legítima en su ejercicio legítimo: padres, leyes civiles, leyes de la Iglesia, otras autoridades.

Bibliografía

Textos básicos:

- TRESE, Leo, La fe explicada (Ed. Rialp), pag. 219-225.

Libros que requieren cierta formación:

- JUAN PABLO II, Encíclica Veritatis splendor, nn. 35-53.
- FROSSARD, André, Preguntas sobre Dios (Ed. Rialp), pag. 145-151, 162-163.

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